¿Sabéis esa sensación de ir un día a la montaña, a pasear, a jugar, a comer… y al volver tener la sensación de que han pasado días? Siempre me ha fascinado la capacidad que la naturaleza tiene para recargarnos las pilas y desconectar de la monotonía y el gris de las ciudades. Como si en realidad fuéramos seres predestinados a vivir en el verde, en libertad.
Bien, de hecho, lo más probable es que así sea, y por eso cada vez hay más niños a los que se les diagnostica el llamado «Trastorno por déficit de naturaleza», que en realidad no es una condición médica, pero que sí puede dar respuesta a muchos de los comportamientos actuales de los niños, a su falta de concentración, dificultades para conciliar el sueño, etc.
El primero en acuñar el término fue Richard Louv, un periodista y autor estadounidense que habló de ello en el año 2005 en su libro «El último niño del bosque«. Para escribirlo investigó las experiencias de niños que vivieron en el pasado, y de los niños actuales, y demostró que estar alejados de la naturaleza puede llegar a hacer mucho daño psicológico (afectando a los estados de ánimo, la atención, etc.).
¿Hacer clase en el exterior?
Puede sonar raro… habiendo aulas, ¿por qué iban a salir afuera a dar clase? ¡Si toda la vida se ha hecho clase dentro de la clase!
Pues por raro que parezca, los niños se benefician, y mucho, de pasar ratos en el exterior, en contacto con la naturaleza, hasta el punto de llegar a duplicar la capacidad de concentración cuando después se hace otra clase en el interior.
Es lo que han visto investigadores de la Universidad de Illinois que trabajaron con niños de tercero de una escuela con gran cantidad de niños en situación precaria, a los que habitualmente había que llamar la atención para que recuperaran la concentración en lo que se les explicaba.
Para hacer el estudio, se cogieron a dos clases y se los llevaron al exterior, a unos 10 minutos del colegio, para dar allí algunas clases. Luego caminaban de nuevo esos 10 minutos para volver, y entonces hacían otra clase en el interior.
Casi el doble de capacidad de concentración
Vieron que cuando se hacía así (una clase en la naturaleza y otra en el interior), los niños estaban mucho más atentos en la segunda clase que si hacían las dos clases en el interior. ¿Cuánto más atentos? Pues si haciendo las dos clases de 40 minutos cada una en el aula provocaba que tuvieran que estar redirigiendo la atención de los niños cada 3,5 minutos, el hacer una fuera y otra dentro aumentaba el tiempo que pasaba entre «avisos» a los niños en un 54%, pasando a 6,5 minutos.
Esto quiere decir que los profesores podían enseñar más en el mismo tiempo, porque los niños estaban el doble de tiempo atentos.
De hecho, los profesores dieron por buenos los minutos que «gastaban en ir a buscar la naturaleza», porque si bien de primeras parece una pérdida de tiempo (20 minutos cada día solo caminando, sin recibir clases), a la práctica era una buena inversión, al tener luego los niños una mayor atención, concentración y, por lo tanto, productividad.
Seguro que esto os suena. Los españoles sabemos mucho del tema «productividad», porque a menudo se comenta en las noticias… trabajamos 38 días más al año que los alemanes, y 24 más que los franceses, y sin embargo somos menos productivos que ellos.
Los entornos verdes reducen las malas conductas
Los malos comportamientos, e incluso los síntomas del TDAH, según algunas investigaciones. Los niños necesitan tiempo libre, aire libre, libertad, naturaleza… y cuando no lo tienen, nos lo demuestran con comportamientos erráticos, mayor agresividad y trastornos varios.
Ojo, no digo que el TDAH sea solo una consecuencia de la falta de naturaleza, pero sí que los niños que tienen más naturaleza a su alcance, al tener mejor capacidad de concentración, sufren menos los síntomas.
Así que ya sabéis, si tenéis algún cole cerca de casa donde den valor a esto, a trabajar en entornos relacionados con la naturaleza, no os lo penséis mucho y aprovechadlos. Si en los fines de semana tenéis huecos para hacer un «reset» de la vida laboral en zonas verdes, no os lo penséis dos veces.
Yo hace unos días le regalé a Miriam (mi mujer), que está a punto de acabar la carrera de Magisterio Infantil, un libro sobre una Bosquescuela (me lo pidió ella, en realidad). Pues oye, ganas tengo de «echarle el guante», porque no sé vosotros, pero a mí me gusta tanto la montaña que hasta para correr la prefiero al asfalto.
¿Aprender en ella? ¡¡Por supuesto!! Quién pudiera volver a ser niño para vivirlo.